viernes, 16 de septiembre de 2016

Tomate con orégano

Cuando era pequeña, unos cuatro o cinco años, mi madre y yo habíamos ido a disfrutar de un día de verano a una pileta de club. Siempre fui demasiado blanca como para estar expuesta al sol y demasiado terca como para aceptar verme aún más blanca por el protector solar. Quedé roja como una frutilla, mi piel ardía como el infierno y me arrepentía de lo lindo por haber sido desobediente.
Era de madrugada y desperté a mi madre que dormía plácidamente, al día siguiente debía trabajar puesto que nuestra situación financiera no era del todo buena. Vivíamos con mi abuelo en ese entonces y no sentíamos ese hogar, nuestro hogar. Le dije que, por favor, hiciera algo para que mi piel dejara de arder tanto y me sonrió. Fue a la cocina y volvió a nuestra habitación con un tomate cortado en rodajas.
- ¿Para qué es eso?- quise saber, me daba mucha curiosidad.
- Para ponerte en la piel, el tomate ayuda a que no te queme más.- me contestó.
Termine con los brazos y la cara adornados con rodajas de tomate, era gracioso pero calmaba mucho. Sentía frescura y satisfacción. Observaba a mi madre, las orejas no la dejaban en paz y su rostro cansado me preocupaba. Bostezaba a lo grande y cada tanto me preguntaba si me sentía más aliviada.
- Ma, quiero probar el tomate con orégano.- le dije, de la nada y ella me miro con extrañeza. Eran las cuatro de la mañana.
- Bueno, vamos.- me respondió y nos dirigimos juntas a la cocina.

Esa noche a las cuatro de la mañana probé el tomate con orégano, uno de los manjares de mi vida. Esa noche, mi madre, tan cansada y abatida por tantas razones, me preparo el tomate con orégano con todo el amor que albergaba en su corazón. Esa noche, el tomate con orégano se convirtió en algo más que eso. Era la prueba de que le importaba. 

miércoles, 9 de marzo de 2016

Soltar y renacer.

- Maldigo el día en que sus ojos marrones me miraron por primera vez.- dijo ella, golpeando
ferozmente su almohadón favorito.
¿Quién en su sano juicio se enamora de un huracán? ¿Quién en su sano juicio ve luz detrás de una oscuridad que avasalla? Ella. Ella veía un atisbo de fe hasta en dónde ya no la hubiera, ella creía en la gente, creía en el corazón y en los buenos sentimientos. Ella tenía esperanza, vio esperanza en un alma que estaba cegada por el odio y la tristeza. Ella había descubierto, detrás de todo ese desierto desolador, a alguien que pedía a gritos ser rescatado, que pedía a gritos un abrazo, un beso, que pedía comprensión, pedía compañía. Pedía amor. 
Ella, que no fue para nada inteligente, que no pensó en su bien y en su salud, se lanzó al abismo en su búsqueda. Ella se condenó al mismísimo infierno porque amó lo que esos ojos marrones ocultaban detrás. Ella se enamoró de sus más grandes demonios, se enamoró de su oscuridad e intento cubrirla de luz y lo único que logró fue perder su brillo por completo. Ella se perdió en la penumbra de un alma negra, sus colores se volvieron grises, su sonrisa tranquila se volvió tensa, su seguridad perdió la guerra y todo lo que era, quedó en la nada. Ella, desapareció. 
Luchaba por permanecer integra, luchaba por encontrar el sendero nuevamente, luchaba por volver a recuperar su vida, su ser pero se negaba a dejarlo atrás. Ella quería emerger de la oscuridad de la mano del dueño de esos ojos marrones. Ella se negaba a apartarse de sus ojos tristes, porque los amaba, porque sentía la necesidad de devolverles la alegría y la chispa que alguna vez tuvieron. Porque no quería que él sufriera de la misma manera en que ella lo había hecho. Ella quería ser su escudo de batalla, su ángel guardián, su súper humana. Su amor. 
El tiempo, que a veces sana, puede transformarse en el peor enemigo si no se lo trata como corresponde. El tiempo, desató un caos, desató una guerra en dónde la bronca y la mentira eran los mejores capitanes. El tiempo se aprovechó de su alma rota, de su corazón congelado por la furia y destruyo todo a su paso. Destruyo vínculos, destruyó lazos, destruyo la unión. Y ella, cegada de amor, dispuesta a dar hasta su último aliento por verlo sonreír una vez más, por ayudarlo a ser feliz, a renacer; ella se dejó hundir en ese mar de fuego desesperanzado y doloroso como el infierno. Ella se quedó a su lado, cobijando los demonios que batallaban en esos ojos marrones. 
Pasaron los años y ella ya no era ella, su espíritu estaba encerrado en una jaula, su alma estaba desgarrada y su corazón insistía en amar al huracán. Ella había olvidado quién era, había olvidado qué era lo más importante, quién lo era. Caminaba por la vida como una marioneta, tambaleante y controlada por el temor y la desolación. Sin embargo, cada vez que lo veía, cada vez que veía esos ojos marrones se sentía en casa y a salvo. ¿Qué ironía es esa? El huracán que absorbió su ser, era el mismo que le daba sentido de pertenencia. De hogar. 
Ahora, eran los dos. Ahora ambos estaban en la misma oscuridad, estaban en el mismo agujero negro y abismal, los dos habían perdido el brillo y la noción. Ella vivía y respiraba para él, él lo hacía para ella. Y se aferraron uno al otro para sobrevivir pero solo encontraron un laberinto aún más difícil de sortear. Habían hecho tanto daño que ni siquiera podían tomar conciencia de ello, habían actuado como mismísimas sombras infernales, habían acabado con todo a su paso. Habían herido a aquellos que siempre los habían amado. Ellos, habían tomado la forma de sus demonios, ellos dejaron que sus demonios los definieran y se perdieron en el fondo más profundo del océano. 
Pero nada dura para siempre, él encontró una mano que siempre lo había sujetado, que siempre lo había guiado y lo había protegido. Encontró, entre la oscuridad, el ala del ángel y supo aferrarse a ella para emerger de las tinieblas. Ella, vacía, herida, desolada y cansada, no tuvo el coraje de tomarla entre sus dedos y aventurarse a la salida con él. Ella, que había querido rescatarlo, que se había creído lo suficientemente fuerte como para recuperar un alma en pena, no supo abrazar la oportunidad de renacer. 
Hoy, él se encuentra bien, sus ojos marrones han recuperado el brillo y, quizás, hasta la alegría. Ha aprendido a vivir y a sopesar los momentos, se ha transformado en un ser diferente a lo que ella había conocido. Ya no era su protegido, era un hombre libre. Pero ella seguía atada a ese pasado, su espíritu continuaba encerrado y su alma, que peleaba por encontrar la luz, siempre volvía a esconderse detrás del rencor. Un rencor y un egoísmo creados por el propio miedo a seguir sufriendo. 
Ella había sujetado las manos del huracán, lo había abrazado y había llegado a sus recuerdos más profundos, ella supo cómo tocar su interior, supo cómo encontrar a ese hombre dulce y atento que era. Ella había descubierto, detrás de toda esa coraza, a un hombre bueno, a un hombre dispuesto a dar la vida por amor, a un hombre que amaba hasta las últimas consecuencias, a un hombre que la protegía tanto como ella a él. Había encontrado una sonrisa que la mantenía de pie, unos besos que le daban aire, un calor que la mantenía en calma. Había encontrado un cómplice, un amigo y un amor. Había encontrado a una persona comprensiva y sobre todas las cosas, había encontrado la confianza que en ningún otro lado pudo encontrar. 
- Bendigo el día en que sus ojos marrones me miraron por primera vez.- volvió a decir, pero esta vez con lágrimas rodando por sus mejillas y una sonrisa nostálgica. 
Ahora era ella la que necesitaba ser salvada, ella necesitaba sentir sus brazos envolverla para darle paz, ella necesitaba que él fuera su impulso. Ella necesitaba su compañía, necesitaba sentirlo. Sin embargo, comprendía el hecho de que cada persona era completamente diferente a la otra. Y lo dejo ir. Lo dejó ir porque él no podía convertirse en lo que ella necesitaba para mejorar, lo dejó ir porque no quería condenarlo como ella se condenó. Lo dejó ir porque no permitiría bajo ningún punto, que él siguiera desperdiciando más tiempo. Ella lo amaba y lo amaría siempre, porque lo fue todo, porque fue lo que más daño le hizo y lo que más la lleno de amor. Y no tuvieron muchos mome
ntos felices, pero recordaba cada uno de ellos y los atesoraba en lo más profundo de su alma. 
Ella está renaciendo, ella está regresando, ella está encontrándose consigo misma otra vez. Esta vez, supo sujetar la mano que aparecía en la oscuridad y aunque no fuera la de él y lo deseara, no le importaba. Está recobrando la cordura y la alegría, está sonriendo otra vez. Ella no volverá a hacer daño, no volverá a fallar y no volverá a perderse. El resto, el resto lo echa a la suerte. Quizás el mañana, el destino o el hilo rojo los una nuevamente, quizás no, nadie lo sabe pero le agradecía cada instante vivido. Y lo deja ir, porque de eso se trata la vida. Soltar y renacer.

jueves, 12 de noviembre de 2015

"Hasta el próximo café."

Ahí estaba él, como era de costumbre, con la mirada perdida en vaya a saber qué, una lapicera en la mano, una libreta y un café. Sentado en su lugar de siempre: la mesa a la derecha de la entrada, contra la ventana. Afuera estaba frío, helaba como cualquier día de invierno y la lluvia estaba presente, tan finita y punzante que te calaba hasta los huesos. Era un día de esos que inspiran a los escritores y de los que nacen los mejores libros, las personas se refugian en los bares a contar historias y aquellos que saben apreciarlas, las convierten en obras de arte. Como lo hacia él.
Pasaba por la puerta del Café Brasilero, apurada para no empaparme y tratando de cubrir el bolso con mi saco, los peatones caminaban como si alguien los persiguiera, los autos iban despacio por precaución y uno que otro ciclista pedaleaba resignado a mojarse por completo. No andaba con intenciones de conseguir material periodístico, estaba de vacaciones por Montevideo y solo pretendía llegar al hotel; entonces lo vi. Sus ojos azules intensos detuvieron mi paso al instante y lo observaba desde afuera, él no me prestaba atención seguía enredado en sus pensamientos. No dude, no podía dudar, estaba ahí el hombre que había causado mi desvelo tantas noches y robado mis horas tantas veces con su literatura mágica. Ingresé al bar, que funcionaba en el mismo lugar desde el año 1877, y de repente una oleada de calidez me pegó en la cara. El Café Brasilero era viejo, con muebles viejos, una construcción vieja y era el mayor testigo de infinidades de historias en Montevideo. El piso de madera rechinaba y le faltaba lustre, la barra era antiquísima como el espejo en la pared de atrás y la araña que colgaba del techo; el aroma a café y a facturas recién hechas me hacía acordar a mi infancia, a mi abuelo precisamente y la música, con volumen bajo enamoraba a los oídos: unos tangos, unas milongas, algo de brasilero y algo de inglés. Era perfecto.
Contemplé el panorama por unos segundos y con timidez me acerque su mesa, temía interrumpirlo y ser la culpable de que se borrara de su mente, quizás, la mejor idea de su vida. Pero no podía dejar pasar esta ocasión, tenía su libro en mi bolso: “El libro de los abrazos” y tantas preguntas guardadas en mi memoria, que me anime a pararme frente a él.
- Buenas tardes, señor Galeano.- digo, en voz baja y con vergüenza. Estaba parada frente a un icono de la literatura de habla Hispana.
- Son las historias.- responde, mirando todavía por la ventana. Quedé muda, no sabía si lo incomodaba, si me ignoraba y ni siquiera si era a mí a quien le hablaba. Era como si estuviese sumergido en su propio mundo. Opte por no decir nada.
Fue el minuto más extenso que había vivido, sin embargo, no sentía tensión alguna ni tampoco incomodidad. Era maravilloso verlo, con su cabello blanco y algo calvo, sus arrugas y sus pecas. La libreta tendida en la mesa estaba escrita y tachonada también, qué gran obra saldría de allí. De repente giro su cabeza y me miró.
- Son las historias las que permiten convertir el pasado en presente y lo distante en cercano. –
- ¿Disculpe? –
- Si, yo no creo que el mundo esté compuesto de átomos.
De todas las personas con las que me había cruzado en mi corta vida, a las que había entrevistado y escuchado, Eduardo Galeano era el más raro de todos. Parecía seguro de lo que decía, pero algo en su manera de expresarlo me dio la sensación de que buscaba mi opinión al respecto.
- Los científicos tienen que encontrar una solución científica, los religiosos una religiosa, los periodistas una que nos sepa dar alguna primicia y los escritores, supongo, una solución que venga del alma y de las vivencias. –
Ni siquiera pensé lo que dije, simplemente fue lo que azotó mi mente en ese momento. El señor Galeano me sonrió al mismo tiempo que asentía. La gente entraba y salía del bar, los que llevaban ya un rato adentro, vociferaban y se reían, los mozos iban y venían por el estrecho lugar; y entre el bullicio escuché su voz.
- ¿Un café?
Eduardo Germán María Hughes Galeano, nació en Montevideo (Uruguay) el 3 de septiembre de 1940. Periodista y escritor, ambas por vocación. En el golpe de Estado de 1973, fue encarcelado y obligado a despedirse de su tierra natal, exiliándose a Argentina (país donde fundó la revista “Crisis”). ¿La razón? Por ser creador del libro “Las venas abiertas de América Latina”, el cual fue censurado. En 1976, contrajo matrimonio por tercera vez y se marchó a España, al otro lado del mundo para escribir en paz la trilogía más impactante sobre su amada América Latina: “Memoria del Fuego”.  Diez años más tarde retornó a su ciudad de origen, porque como él dice siempre “Todos somos paganos, tenemos nuestras raíces plantadas en un lugar, en nuestra tierra, con nuestras costumbres. Uno siempre vuelve.”
Ocupé la silla frente a él e imite lo que hacía, observe a través del vidrio de la ventana y entendí por qué se quedaba inmerso en sus pensamientos. Le pidió dos cafés a Pedrito, el mozo, aparentemente lo conocía desde hacía mucho tiempo y cerró su anotador.
- Parece que la vida les pasara de largo.- dice, apoyando el codo en la mesa y formando una cuna con su mano para sostener la cabeza. – a la gente le cuesta detenerse y apreciar, es como si tuvieran miedo, miedo de enamorarse, de comer, de sentir, de pensar, de vivir. La gente debería aprender que esa es la vida ¿no? Caerse y levantarse, y que si me caigo es porque estaba caminando y caminar vale la pena aunque caigas. –
Sus palabras hicieron eco en mi interior, era un hombre muy observador y sabía captar la belleza en las pequeñas cosas de la vida. Eduardo Galeano sabía encontrar una isla de fe en un océano negro y repleto de monstruos.
- A veces detenerse, significa avanzar.- expresé en un suspiro y vi como fruncía el ceño. – quiero decir, no siempre el seguir andando es señal de que uno va bien. A veces uno anda y no sabe hacia dónde, no tiene un rumbo, como almas errantes. A veces detenerse y apreciar, significa avanzar de verdad. – explico lo mejor que puedo.
- Quién no está preso de la necesidad, está preso del miedo.- responde y da un sobro a su café. Más yo solo sonrío, es un dialogo diferente, donde no encajan las palabras pero si los pensamientos. –
- ¿Cómo es eso?- le pregunto
- Unos no duermen por la ansiedad de tener aquello que no tienen y otros no duermen por el pánico de perder las cosas que tienen.-
De repente, un silencio nos invadió a ambos. El tiempo seguía pasando para todos, el hombre de camisa roja que estaba en la mesa vecina ya no estaba, la lluvia era diluvio y una nueva bandeja de medialunas dulces salía de la cocina en manos del mozo. Pero nosotros, a nosotros no nos pasaba el tiempo, estábamos en una especie de limbo entre la realidad y la atmosfera que creamos para expresar libremente lo que viene del alma.
- Ahí está, avanzan sin detenerse y no se detienen para avanzar. Es una buena apreciación. – continua diciendo. – Estamos en un mundo en donde el contrato importa más que el amor, el funeral más que el muerto, la ropa más que el cuerpo y la misa más que Dios. -
-  Un mundo light, diría yo. – agrego y me mira. – que nada engorde y sea demasiado importante, ni el amor, ni la familia, ni la verdad, ni la justicia, ni la libertad, ni el alma. La gente hace dieta de los sentimientos, quizás, porque demandan una gran responsabilidad o porque no les complace el esfuerzo por comprender y darle al prójimo lo que necesita. Vaya uno a saber. – concluyo.
Eduardo Galeano me observaba con aceptación. Nos entendíamos, conocía su espíritu sin siquiera conocerlo, era parecido al mío: rebelde, atrevido, valiente e indagador. Mientras lo miraba, notaba las pequeñas manchas en su cara producto de los años, producto de su experiencia, del tiempo que hacia lo suyo, que se llevaba poco a poco a ese hombre joven que fue alguna vez y que conquisto a tres mujeres. Sin embargo, su alma estaba intacta, parecía la de un niño que empieza a descubrir el mundo, que quiere saber más y conocer todo lo que le sea posible y más. Eduardo Galeano, no se cansaba de la vida, la desenmarañaba de una manera natural y sin vueltas, llegaba a las vísceras del asunto porque tenía la capacidad de “mirar lo que no se mira pero que merece ser mirado, las pequeñas cosas de la gente anónima, de la gente que los intelectuales suelen despreciar, ese micro mundo que alienta la grandeza del universo y al mismo tiempo ser capaz de contemplar el universo desde el ojo de la cerradura, desde las cosas chiquitas que son las más grandes. ” Eduardo Galeano era amante de los misterios de la vida, del dolor humano y de la manía de querer hacer de este mundo “la casa de todos, no de unos poquitos, y el infierno de la mayoría”. Quería saber sobre la capacidad de belleza de la gente más sencilla, la recluida, la que está en el fondo del olvido porque ahí, encontraba la esencia de la vida.
- Tenía un perro.- dice de repente.- se llamaba Morgan, era mi perro. Cuando pasaba más de dieciocho horas escribiendo, me llamaba con la pata como diciéndome “deja, vamos a pasear un poco”, me sacaba de mi ensimismamiento y cuando paseábamos lo miraba. Morgan era rebelde, era libre y no renegaba de nada. Cuando se me fue, anduve con canciones tristes en el alma. –
Había mucho pesar en sus ojos, la tristeza brotaba en sus palabras y como queriendo retener una lagrima atrevida, bebió lo que quedaba de su café. Yo abrazaba mi taza con las manos, las tenía fría y buscaba un poco de calor pero al oírlo, el frio se trasladó a todo mi cuerpo. La nostalgia y la angustia que afloraba de Eduardo Galeano, se coló por mis sentidos y me pregunté qué haría yo si se muriera mi perro o mi caballo, el viejo Bartolo.
- Era un buen ángel.- contesto con la voz resquebrajada.- algunos dicen que los perros y los caballos son ángeles de alas invisibles y yo creo eso. –
- Son libres.- agrega el señor Galeano.- Morgan hacia a su voluntad, no obedecía. Ojala pudiéramos ser desobedientes cada vez que recibimos ordenes que humillan nuestra conciencia o violan nuestro sentido común.-  
Eduardo Galeano sabia extraer lo esencial, lo necesario de los sucesos de la vida. No era positivismo, optimismo o como deseen llamarlo, era supervivencia. Una persona atascada en el pasado o en los malos momentos, es una causa perdida y él lo sabía muy bien, para sobrevivir hay que encontrar la luz en la oscuridad y la oscuridad en la luz.
Mientras iba ya por su cuarto café y pedía cuatro medialunas dulces, dos para él y dos para mí, comenzó a sonar mi celular. En la pantalla titilaba el nombre “Juan”, era mi novio. Atendí por unos segundos y le pedí que se comunicara conmigo más tarde, que estaba ocupada y antes de cortar la llamada se escapó un “mi amor” y un “te amo” de mi boca.
 tod- Lo importante del amor, es que sea infinito mientras dura.- asegura, una vez que deje mi teléfono en la mesa.Todos somos mortales hasta el primer beso y la segunda copa de vino. – dice, acompañando sus palabras con una carcajada que me contagió.
- Usualmente, la gente dice que el amor es infinito, que no tiene duración o fecha de caducidad. – comento.
- La eternidad es todos los días, lo máximo que puede durar un amor es todo el día y así día a día, y luego meses, años y de pronto toda una vida. –
Cada palabra, cada frase que pronunciaba estaban dotadas de un conocimiento que no venía de la ciencia, la filosofía, la matemática o la metafísica; era un conocimiento que nacía de sus vivencias y sus observaciones. Un conocimiento que los filósofos, los científicos, los matemáticos y los metafísicos criticarían, pues no es del todo certero. Yo creo que la vida es eso, no existe la certeza y eso la hace atractiva.
Pasaron las horas y la tarde, Eduardo Galeano seguía sentado en su silla junto a la ventana y yo en la mía, frente a él. Habían pasado varios cafés y unas cuantas medialunas, cada tanto me decía “come, come no tengas miedo a engordar”. Me hacía reír, me hacía pensar, me hacía sentir, me hacía apreciar y me hacía ver. Había llegado al lugar con un centenar de preguntas para hacerle, pero no fui capaz de formular ninguna porque no era necesario. Eduardo Galeano tenia, a mi parecer, un poder oculto: leía tu mente, tus ojos, tu alma. Llegue a contarle la historia de mi vida, nada fácil para una chica de veintiún años, le hablé de mis caballos y de mi perro, de mi familia y de mis pasiones. En ningún momento desvió su atención de mi monologo, en ningún momento osó interrumpirme, sus ojos de cielo me escrutaban con curiosidad y dulzura, con entendimiento.
- ¿Sabes por qué escribo? – Me preguntó después de haberle hablado de mí.-
- No, ¿Por qué?- le cuestioné.
- Cuando escribo, pretendo recuperar algunas certezas que puedan animar a vivir y ayudar a los demás a mirar. – Explicó.- pero, mis certezas no son las mismas que las tuyas o que las de Pedrito o que las de mi perro. Fuimos nacidos hijos de los días, porque cada día tiene una historia y nosotros somos las historias que vivimos. –
- Solo se alcanzará la felicidad el día en que nos amiguemos con nuestras propias historias, sin dejar de recordar el pasado porque es lo que somos. ¿Cierto? –
- Cierto.- afirmó el señor Galeano.
La noche amenazaba al cielo y ya era hora de irme al hotel, tenía que volver a casa a la mañana siguiente y por más que deseaba quedarme allí sentada por años, había responsabilidades de las que hacerme cargo. Abrí mi bolso y con un poco de vergüenza saque su libro, se lo tendí y lo agarro sin vueltas. Había entendido lo que le pedía, tomó su lapicera y se puso a escribir algo en la primera hoja.
Lo admiraba, admiraba a ese hombre como no admiraba a nadie más, me entendía sin conocerme, sabía todo lo que sentía sin haber estado al lado mío. Sabia de pesares y alegrías, de amores y desamores, de la vida y de la muerte, de las perdidas, de la lucha, era crudo y tan honesto que parecía cruel sin serlo. No ocultaba sus pensamientos, no callaba la voz de su interior y a su alma. Era un hombre de espíritu libre.
- Mucha gente pequeña, en lugares pequeños, haciendo cosas pequeñas puede cambiar el mundo. – Me dice al momento en que me entrega el libro.- de nuestros miedos nacen nuestros corajes, y en nuestras dudas viven nuestras certezas. Los sueños anuncian otra realidad posible, y los delirios otra razón. En los extravíos no esperan los hallazgos, porque es preciso perderse para volver a encontrarse.-
Insistió en pagar la cuenta y no permitió que sacara mi monedero del bolso. Me despedí de él apoyando una mano en su hombro, le dije “gracias” pero significaba más que eso, era más que un solo “gracias” y él lo sabía, él lo supo todo el tiempo. Cruce la puerta y lo observe una vez más, Eduardo Galeano estaba sumergido nuevamente en un silencio profundo, mirando a través de la ventana. Abrí mi libro, leí aquello que había escrito y una sonrisa se adueñó de mi rostro:
“Hasta el próximo café.”
Mi adorado Eduardo Galeano falleció al año siguiente, pero cada día desde esa tarde en el bar hubo un próximo café. Porque ahí estaba, lo encontraba en sus libros, lo encontraba en lo cotidiano, en las pequeñas cosas, en la belleza, lo encontraba en la vida. Estaba en cada paso y en mi recuerdo, porque como él decía “recordar significa volver a pasar por el corazón.”



domingo, 25 de octubre de 2015

A pesar de los problemas.

Si hay una forma de enfrentar lo que nos pasa, es enfrentando lo que nos pasa, ¿Por qué fingimos que todo está bien? Cuando en realidad nos estamos muriendo por dentro, ¿Qué se gana con eso? Solo seguir sufriendo. Muchas veces lo hacemos para intentar salvarnos del abismo en el que nos encontramos, de hacer ver a los demás que todo marcha perfecto para no tener que dar explicaciones. ¿De qué sirve? Nos lastimamos, nos hacemos heridas que quizás jamás vuelvan a sanar, provocamos angustia alrededor nuestro, y nos vamos destruyendo cada vez más. Todo eso que guardamos termina pudriéndose dentro.
Pero a pesar de todos y cada uno de los problemas que podamos tener, siempre hay alguien a tu lado dándote confianza; brindándote ayuda y escucha, apoyándote en cada decisión, aconsejándote y aun mas ofreciéndote un lugar donde puedas descansar tranquilo y sentirte en paz: el hombro de tu mejor amigo o amiga, el beso ruidoso de un abuelo o abuela, el abrazo cálido de una madre o un padre… simples cosas que no tienen un simple significado, están repletas de un valor inexplicable, no tienen precio alguno.
Los buenos momentos, a veces suelen ser contados con los dedos de una sola mano.  Los buenos momentos de verdad buenos, donde no se vaya la sonrisa del rostro aunque haya algo que va mal, o las cosas no hayan salido como lo esperabas…hay que atesorarlos eternamente, porque en muchas oportunidades serán ellos quienes te ayudaran a decidir qué hacer contigo y con tus decisiones. Y todos esos momentos que estarán construidos por personas, lugares, aromas, colores y detalles inolvidables, son los que te guiaran de camino a casa.


Lo único que te salvara cuando estés a punto de ahogarte, será la esperanza de seguir viviendo. 

Aprovecha.

Busca siempre el modo de vivir la vida mostrando tu belleza interior, recorre el mundo con la frente en alto y que todos vean tu grandeza. Ten fe y confianza en ti mismo, créete el mejor, no olvides el poder que tienes de hacer tuyo todo, de poner el universo a tus pies si lo deseas.
Sonríele al presente y prepárate para el mañana, recuerda tu pasado para no olvidar quién eres y de dónde eres. No te dejes vencer y lucha por tu final feliz. Juega, disfruta cada paso que des, apuéstale a todo así ganes o pierdas. Atesora cada momento en el más preciado cofre, tu corazón, no los olvides nunca. Sonríele al mundo y grita tus triunfos a los cuatro vientos; sonríele al amor y siente el placer de amar y ser amado. Sonríete a ti, porque luchas día a día por tus objetivos, metas, por tu camino y porque eres tú.
Ganarse la vida es fácil, construirla es lo difícil; no puedes hacerlo todo junto, es día a día y cada vez. Recuerda que tienes la suerte de encantar a quién sea, que eres único. Todos somos únicos. La fuerza mayor de cada uno, está en aquello que ama, ponte fuerte por ello y no te rindas.
Tienes todas las posibilidades de hacer de ti y de tu vida, lo máximo…aprovéchalas.


Tal vez no hagas milagros y no te conviertas en santo, tal vez no tengas alas y no seas un ángel, pero eres humano y puedes convertirte en héroe. Marca la diferencia en cuerpo, alma y acción. No te vayas de este mundo sin haber dejado una huella, porque entonces, habrás vivido en vano.

Renunciar.

A veces es necesario ser un poco egoísta, no pensar demasiado en los demás y concentrarse más en uno mismo para estar bien, olvidar que quieren los ajenos y preocuparse por lo que uno quiere, abandonar por un rato los problemas de terceros y darle prioridad a los propios. Primero uno y después el resto.
En otras oportunidades, hay que serlo para con uno mismo y duele, porque se deben tomar decisiones poniendo en primer lugar al prójimo, sabiendo que para ello renunciará a todo lo necesario para el beneficio de esa persona importante.
Renunciar a la persona amada, es la más terrible de todas las renuncias. La tristeza inunda el alma de una forma inexplicable, e inmediatamente uno piensa “qué sería de mí sin él o ella” y sufre, el corazón parece desgarrarse y un dolor punzante en el estómago aparece, como si un puñal lo atravesara. Pero…y si uno pensara “qué sería de él o ella, sin mi” suena extraño, tan extraño que quizás funciona, porque tal vez esa persona podría salir adelante, podría encontrar aquello que tanto buscaba, o simplemente podría vivir bien.
Uno sufre, es muy difícil renunciar, pero lo es más el tener que olvidar. Dicen que el tiempo todo lo cura, quizás sea cierto, quizás con el tiempo aquello que hicimos valdrá la pena, quizás servirá de algo…pero, ¿y si no llegara a ser así? ¿y si la opción estuvo equivocada? ¿y si lo ideal era otra cosa? Uno nunca sabe si lo que decide hacer es lo correcto, nunca se sabe si será para mejor o empeorará a futuro, si el día de mañana eso que optamos por hacer, cambiara algo en los demás, o en sus vidas. Cada persona actúa de acuerdo a su creencia pero si lo hace desde lo más profundo del alma, entonces, al menos, tendrá un significado.

La vida es una toma constante de decisiones, la mayoría de ellas están erradas y terminan en una caída o un raspón más en el libro de experiencias vividas. Pero el diez por ciento suelen ser decisiones acertadas.

Una oportunidad.

Cuando la vida te golpea duro, te pone pruebas difíciles, te rompe el corazón y te estruja el alma; es necesario ser fuerte, uno debe enfrentarlo todo y ganar cada paso que da. Pero muchas veces, es tan grande el dolor que la fuerza desaparece. Cuando duelen el alma y el corazón, no hay ayuda de Dios que pueda sanarlos; uno puede intentar no decaer, no dejarse atrapar por la tristeza pero es simplemente una coraza, porque por dentro esa angustia invasora va carcomiendo cada vez más.
En oportunidades se puede llegar al punto en que ya nada parece importar, huir se transforma en la manera más sencilla de hacer las cosas pero, las piernas tampoco responden a ese reflejo cobarde. La razón pide a gritos que nadie se deje vencer, pero cuando es justamente el corazón quién está herido, es en vano cualquier tipo de petición. A pesar de todo, uno trata de continuar hacia adelante, de plantarle la otra mejilla al problema, sobreponerse, y cuando parece que el dolor ya casi esta extirpado del alma, algo nuevo vuelve a lastimar. Y el cielo cae a los pies, aplastando cada una de las ilusiones. Porque la vida es esa, uno abre los ojos y ya miles de problemas atacan sin cesar, molestan y abruman, haciendo que cada vez cueste aun mas, volver a estar firme.
Cuando uno ya se siente abatido, cuando todo parece carecer de sentido, cuando todo aparenta estar perdido, cuando no quedan restos y el fondo del océano está a un paso…aparece una oportunidad, aparece algo por lo que luchar, algo que hace que la fuerza renazca, algo que te salva de la agonía oscura, que lo obliga a uno a mantenerse vivo y a no rendirse jamás. Brinda un nuevo objetivo, un nuevo camino y un nuevo destino por el cual pelear, que a su vez, juntos, otorgan una nueva posibilidad de ser feliz, de disfrutar y de vivir. De creer en uno mismo, de triunfar.  Se convertirá el soporte para no tambalear, y si las ganas se esfuman, empujará contra toda voluntad para que, aun así, se siga intentando.

No te aflijas por una derrota porque si aún respiras, significa que puedes lograrlo. Si Dios te ha concedido la vida, fue porque sabía que serias lo suficientemente fuerte para vivirla.